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jueves, 11 de noviembre de 2010

La diferencia que marca la oración

Lectura: Apocalipsis 8:1-5 


Subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos. Apoc. 8:4


¿Impacta realmente la oración en nuestro mundo? ¿O sólo se trata de na conversación privada con Dios? 


Un matrimonio de Nueva Jersey supo que un hombre había salido de la cárcel y vivía en su vecindario, y comenzaron a orar por él. Luego lo visitaron y lo invitaron a un desayuno semanal para ex criminales como él. Ahora, 22 años después, los hombres más despreciados de la zona tienen un lugar donde los reciben y respetan.


¿Qué sucedería si cumpliéramos literalmente el mandamiento de Jesús de amar a nuestros enemigos y orar por quienes nos persiguen? ¿Y si se nos conociera por acercar el cielo a personas marginadas y desagradables?
En Apocalipsis, el apóstol Juan prevé una conexión directa entre el mundo visible y el invisible. En un momento culminante de la historia, el cielo queda en silencio. Siete ángeles se ponen de pie con sus trompetas y esperan. Impera el silencio, como si todo estuviera escuchando en puntillas. Luego, un ángel recoge las oraciones del pueblo de Dios en la tierra- oraciones llenas de alabanza, lamento, abandono, desesperación y ruego- las mezcla con el incienso y las presenta delante del trono de Dios. El silencio finalmente se rompe cuando estas son arrojadas a la tierra y desatan una tormenta de "truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto" (v. 5)


El mensaje es claro. Las oraciones son esenciales en la victoria sobre el mal, el sufrimiento y la muerte.


La obra de Dios la realizan los que oran.

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